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Titulo

El taller del señor Maxwell

Una estrella blanca, un borroso resplandor dentro de los párpados de Isaac. Representaba lo primero que veía desde hace un par de días.

Isaac se levantó con desdén. Estaba cansado de inhalar vapores tóxicos y hacer los trabajos engorrosos en el laboratorio. El día prometía labores fatigantes, aún después de apenas haberse recuperado del último experimento del señor Maxwell por convertir plata en oro.

Era una vida muy difícil, pero era mejor que la vida de campesino, y ciertamente mejor que escuchar a sus familiares decirle que es el peor granjero del mundo. Además, el señor Maxwell le estaba enseñando lo necesario para nunca jamás sufrir necesidad o tener que volver a esos trabajos que tanto detestaba.

Tambaleándose graciosamente pero manteniéndose en el mismo sitio, Isaac pensaba en sus acciones subsecuentes. Debía vestirse, ir al comedor, y esperar instrucciones por parte de la señora Darwin, la dueña de la casa.

La señora Darwin era muy conservadora, desde que enviudó había rentado el taller y un par de habitaciones al señor Maxwell para que hiciera sus experimentos. Cosa que lamentaría por el resto de su vida, porque el señor Maxwell casi nunca tenía dinero para pagarle, y ciertamente era un inquilino muy ruidoso y mujeriego. De ves en cuando tenían fuertes discusiones, como casi todas las discusiones en el mundo, eran relacionadas con el dinero.

De todos modos, la señora nunca se atrevió a echar a la calle a Maxwell y a su pupilo, ya eran una familia, una familia disfuncional, pero ciertamente una familia. En cuanto al dinero; El señor Darwin había dejado suficiente como para que la señora Darwin viviera bien el resto de su vida, todos en esa casa era uy afortunados en realidad.

Isaac se sentó en la mesa, y observó la espesa avena y el plato de huevos al lado. La hora del desayuno era el momento de las ideas. La naturaleza de los líquidos le parecía fascinante, para él, el agua debía estar compuesta por pequeños granos de algún cristal, el resto de los líquidos deberían coincidir con esa descripción. La diferencia en la viscosidad de los líquidos, se explicaba por el tamaño de los granos.

A Isaac le parecía muy plausible, pero no tenía modo de probarlo. Además, el señor Maxwell no gustaba de que él se concentrara en esas cosas, andaba muy ocupado con la alquimia como para que su discípulo decidiera dejar de trabajar en ello, y además quitarle espacio en el laboratorio.

Justo antes de terminar la avena. Emma (el nombre de la señora Darwin) se dirigió a él, como siempre en un tono de afán, como si tuviera mucho que hacer, lo cual era cierto, ya que la casa era enorme y ella nunca quiso precisar de un ama de llaves.

-Por fin te levantaste, ¿eh?-
dijo Emma
-no gracias a mi maestro-
respondió Isaac
-ciertamente, he tenido que cuidarte estos días ¿ya estás viendo bien?-
-me duelen un poco los ojos, pero creo que podré trabajar hoy-
-Maxwell te extrañó en el laboratorio, no se atrevió a hacer explotar nada, hasta que estuvieras bien para meter los reactivos en la caldera-
-me imagino, a veces pienso que ya ha tenido muchos aprendices, todos muertos por los humos tóxicos o las explosiones que el no es capas de inhalar-
-no seas duro con él. El sabe que esto va para largo, quiere estar vivo para recibir la gloria, más bien ayúdalo a que eso funcione, así estarás vivo y podrás tener un aprendiz-
-no creo ser así de cruel-
-no seas melodramático, más bien ve por mercurio, parece que Maxwell piensa experimentar con eso en esta ocasión, y necesita que consigas bastante-.

Terminada la conversación, y animado por el nuevo proyecto que Maxwell estaba preparando. Isaac bajó las escaleras y salió a la calle para ir en busca de mercurio para su lección del día.

El adoquín de la calle estaba húmedo, al parecer había llovido durante su "ausencia".Eso estaba muy bien, porque de otro modo las calles estarían mugrientas y llenas de desperdicios. En resumen; era un buen día para ir a buscar algo.

Alo lejos, se podía ver la torre del reloj, era la máxima expresión del ingenio en la ciudad, pero estaba a punto de cambiar. Al parecer, un matemático había llegado a la ciudad, y tenía órdenes de convertirla en algo más por orden del emperador.

Isaac no lo sabía en ese momento, pero ésa torre, se iba a convertir en su obsesión por el resto de su vida.

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